
Una visita al pueblo donde se aposentan tus raíces puede proporcionar sensaciones extremas y encontradas. Dicha visita puede ser tomada como una auténtica tortura o como una motivación para la diversión y la fascinación. Pronto te ves inmerso entre señoras que cotorrean sobre quién ha pasado ya a mejor vida y consecuentemente, sobre quién ha quedado viuda, infidelidades, la meteorología, los maridos... Recuerdos y tradiciones. Cementerios. Cánticos rurales. Repetidos besos en las mejillas que como vestigio, dejan agudos pitidos en el tímpano. Y las apariciones de antepasados.
Creedme, no hay nada tan endiabladamente divertido como escuchar un discurso pronunciado por una prima perdida en el árbol genealógico de uno sobre las presencias extrañas que recibe cuando está en el baño. Susurros de voces conocidas pero ya muertas que se hacen presentes justo cuando la señora expulsa lo digerido. Cuando defeca. Además, dichas voces no vienen tan sólo con la intención de incordiar en el momento más íntimo de esa prima lejana, sino con el objetivo de avisar de algo negativo, algo terrible. Sin embargo más divertido es interpretar el papel de embelesado y otorgarle toda la atención que en ese momento necesita y requiere.
Donde hay una prima, hay una tía también perdida por ese árbol genealógico. Cuando a esa tía parece que le ocurre lo que la presencia sobrenatural le ha anunciado a esa prima, es cuando esta última decide a contar su historia. Y consecuentemente, a que el resto de la familia se entere de su poder. Aún dudo sobre si mentía o su tremenda, opresiva y acongojante convicción hacía que sus oídos pudieran captar los sonidos emitidos en el mundo de lo infrahumano.